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Al final… todos mueren
América Gutiérrez comment Un comentario

Hace muchos, pero muchos años, la palabra pesimista no era un insulto, no era negativa, o al menos no su connotación: era una posición frente al mundo. En aquel tiempo, el pesimismo era un sistema del pensamiento, no un homenaje a la miseria, y este rasgo hace la diferencia con la escuela de los líricos, preocupados más por la situación sentimental del autor que por las acciones del mismo, algo así como un lamento contra un canto. Giacomo Leopardi fue uno de los representantes más significativos de este pesimismo reactivo.

A él no le impresionaban los destellos de optimismo sin argumentos, así que escribió diálogos para pensar hasta el final (murió a los 39 años). Escribió todo lo que pudo, siempre bajo el impulso del deseo continuamente insatisfecho. Se decidió por el diálogo porque una conversación necesita dos o más individuos para llevarse a cabo, y porque ésta tiende a convertirse en discusión cuando es provocada por un desacuerdo. El formato era perfecto y le permitía pasar del soliloquio sin oficio a la disputa con beneficio.

El libro Diálogo de la moda y de la muerte (Taurus, 2014) contiene nueve textos, escritos a veces por el poeta y en su mayor parte por el filósofo que se manifestaba en Leopardi: diálogos cortos –casi todos– lúdicos, graves y escritos como si fueran poemas o cuentos. El autor italiano escribe sobre asuntos incomodos en este librito (no en sentido despectivo, más bien me refiero a su formato de 11 × 18 cm), por lo que su lectura no es una experiencia agradable, toca temas cáusticos que nos empeñamos en bloquear. El pesimismo cósmico (cosmos en su definición de orden opuesto al caos) que se manifiesta en Leopardi es subjetivo y objetivo. Subjetivamente, la felicidad humana exige un placer permanente de la clase más intensa, que no sólo es prácticamente improbable sino psicológicamente imposible de sostener. En cuanto a lo objetivo, el minucioso estudio acerca de la conducta humana le da a sus reflexiones rasgos universales y empáticos de identificación.

En el diálogo que da título al libro, la muerte descubre que la moda es su hermana. Ésta le expone impecablemente que son de la misma raza, desde la descomposición estacional (lo fuera de temporada deja de existir) hasta la destrucción del cuerpo (accidente, enfermedad o vejez). Así, la charla entre las dos hermanas se revela como un diálogo poético en forma y perverso en fondo. La moda es un personaje femenino joven en conversación con la señora muerte, entrada en años, responsable de la caducidad y la finitud humanas. Las expresivas pero oscuras palabras de Leopardi en este diálogo dotan a la moda de un carácter cruel y destructivo; describen a una causante de sufrimiento corporal sin piedad: “Agujerear las orejas, los labios y las narices y desgarrarlos con las niñerías que les cuelgo” (p.14). La muerte reconoce entonces la capacidad de la moda, especialmente en su empeño por acortar la vida humana. Cabe señalar que la muerte es el interlocutor más frecuente del autor. A lo largo de su vida Leopardi tuvo una salud deficiente, sufrió tuberculosis ósea (lo que le provocó dos jorobas) y mucho dolor físico que sin duda se manifiesta en sus escritos. Pero cuando lo leemos no caemos en depresión, sino todo lo contrario: entendemos que para disfrutar de la felicidad es necesaria la tristeza, que para alcanzar la lucidez la confusión debe hacerse presente y que estos binomios contradictorios son necesarios para que “caigan los veintes”.

En “Diálogo entre el mundo y un hombre de bien” y “Diálogo entre Hércules y Atlas”, aparecen mensajes didácticos claros o lecciones morales sin rodeos. En “El diálogo de la naturaleza y un islandés”, la naturaleza anuncia con indolencia que “demuestras no tener en cuenta que la vida en este universo es un perpetuo circuito de producción y destrucción” (p. 49); antes de ser devorado por dos leones hambrientos, el islandés pregunta por todos nosotros: “¿A quién place o a quién alegra esta infelicísima vida del universo conservada a costa del daño y de la muerte de todas las cosas que lo componen?”(p. 50).

Leopardi se divertía en la desgracia, escribía diálogos cómicos entre falsos filósofos, elogios imaginarios de astrólogos inexistentes, ataques personales contra el crítico del momento o pláticas, dotadas de gran sentido del humor, con los mismísimos dioses del Olimpo. Pasó de una fe ardiente a una especie de escepticismo impetuoso y concluyente que nunca admitió incertidumbres. Estaba convencido de que el futuro jamás será más feliz que el presente y que los pueblos más civilizados son los más desdichados.

De esta manera, Giacomo Leopardi resulta más filósofo que poeta y logra mantenerse cuerdo, escribe con ingenio y sencillez, no aspira a combatir el mal, no propone remedios imaginarios. Su conciencia de la desgracia hizo que ésta fuera más profunda y terrible, tanto que se llamaba a sí mismo “un sepulcro ambulante”. Para él, en términos prácticos, la vida era un mal que se curaba con la muerte.

«La soledad es el patrimonio de todas las almas extraordinarias.»

Arthur Schopenhauer

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  1. Muy buen artículo. Estaba trabajando sobre Leopardi, preparando una clase para mis alumnos y llegué a tu blog. Excelente aporte. Un saludo desde Uruguay.