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Borges poeta (y Cortázar y Bolaño también)
Romeo Tello comment 0 Comentarios

En esta breve nota voy a hablar de un tema que, en principio, puede parecer un tanto vaporoso o insustancial. Voy a hablar sobre narradores poetas, es decir: escritores que son mayormente conocidos y celebrados como novelistas o cuentistas, pero que también escribieron poemas —poemas que de alguna forma permanecen al margen o a las orillas de sus respectivas obras completas—. Decir “narradores poetas” ya apunta al meollo del asunto: los lectores y los críticos tienen la percepción de que la esencia literaria o la grandeza literaria de estos autores está en su prosa y en sus ficciones, y que su poesía constituye una especie de anecdotario, una curiosidad o un subproducto, útil, en el mejor de los casos, para adentrarse en la psique del escritor y entonces hacer una tesis y ser un especialista.

Cuando acordé conmigo mismo el tema de esta nota, inmediatamente vinieron a mi cabeza los nombres de Borges, Cortázar y Bolaño. La inmediatez de esta imantación mental se debe a tres razones: 1) son escritores por los que tengo una debilidad extrema, exánime; 2) están vinculados por lazos literarios, anímicos e incluso biográficos, y 3) aunque se trata de narradores poetas en el sentido que he referido anteriormente —su fama como narradores es, en cada caso, un imperio—, para ellos la poesía tenía una importancia primordial, dentro del conjunto de su obra y, sobre todo, en su concepción general de la literatura. No sería imprudente decir que, dados a elegir, los tres habrían preferido ser identificados con la etiqueta contraria: poetas narradores.

El primer libro que publicó Borges fue un poemario, Fervor de Buenos Aires, en 1923; tenía 24 años. El primer libro que publicó Cortázar también fue un poemario, Presencia, en 1938, bajo el seudónimo Julio Denis; tenía 24 años. El primer libro que publicó Roberto Bolaño fue —sorpresa— un poemario, Reinventar el amor, en 1976; fue un adelantado, tenía 23 años. Esos libros de juventud no están exentos de excesos barrocos, asperezas, sensiblerías y vaguedades (como dice Borges de los poemas de Fervor de Buenos Aires), pero, a la vez, contienen la esencia de cada uno de sus autores. De cierta manera, esos poemarios inaugurales prefiguran todo lo que harían después (como también dice Borges de sí mismo).

Aunque se consagrarían como narradores, ninguno dejaría de escribir poesía a lo largo de su vida; de hecho el último libro de Borges y el último de Cortázar son, nuevamente, poemarios. (A Bolaño, el cáncer no lo dejó negociar en términos justos con la posibilidad de un libro final.) Sin embargo, la importancia que para los dos argentinos y el chileno tiene la poesía va mucho más allá de esta constancia bibliográfica: los tres la veían como el núcleo de toda forma literaria, más aún, de toda forma artística. Cuando Borges o Cortázar o Bolaño hablan de poesía, intentando alguna definición o explicación general, parece que se refieren a una suerte de magia o misterio, más que a un género literario o a un simple oficio. De los tres, el más explícito y exaltado fue Cortázar; define a la poesía como “instrumento incantatorio”, “concepción analógica del mundo”, “urgencia ontológica” y “voluntad de posesión de la realidad”. El más parco fue Borges, para quien “escribir un poema es ensayar un magia menor”. Bolaño fue el más agreste: “un poeta lo puede soportar todo”, dijo. Además, los tres coinciden en no aceptar una división tajante entre su obra narrativa y su obra poética.

Es difícil decir por qué los lectores y los críticos prefieren los cuentos y las novelas de Cortázar y Bolaño y Borges sobre sus poemas. O quizás es muy fácil y simplemente me detiene el pudor. A ver, iré por partes. En el caso de Cortázar y Bolaño, preferimos o prefiero los cuentos y las novelas porque son mejores. Punto. No encuentro en sus versos los atributos que más disfruto de su narrativa. Los poemas de Cortázar no tienen ni la precisión implacable de sus cuentos (esos pequeños relojes de argumento y misterio), ni la apertura expansiva y caleidoscópica de sus novelas, (esas criaturas mestizas, hijas de laberinto y pampa). Los de Bolaño, aunque narrativos, son demasiado etéreos y erráticos; no tienen el poder significativo de sus novelas, no alcanzan ese frágil equilibrio de tono entre melancolía e ironía, ni ese otro equilibrio, igual de delicado, entre absoluto y fragmento. Bolaño poeta no es el constructor de ruinas totales que es como novelista. 

Borges poeta es otra historia. Su estilo numismático, celebrado por Rafael Cansinos Assens, es el mismo en sus cuentos, en sus ensayos y en sus poemas. La claridad como enigma (Villoro dixit) también es una virtud de toda su obra. Por qué el público favorece sólo sus ficciones no lo entiendo bien,[1] pero creo que tiene que ver con un asunto de mercadotecnia, es decir, de facilidad. Como cuentista, Borges fue absolutamente original y revolucionario (y cuando digo absolutamente revolucionario quiero decir sutilmente revolucionario). Y en nuestro mundo eternamente postromántico, la originalidad y la revolución son muy atractivas y, sobre todo, muy fáciles de vender. Como poeta fue tradicional: no innovó, no rompió formas. Sintió que debía o podía significar la realidad mediante símbolos y eso le bastó.

Termino con dos cuartetos de “Arte poética”. Este poema de El hacedor resume lo que he intentado decir, tropezada y engoladamente, sobre la poesía de Borges. Es un mínimo río interminable que contiene y refleja muchas otras cosas, a Borges mismo, también a sus lectores.

Ver en el día o en el año un símbolo

de los días del hombre y de sus años,

convertir el ultraje de los años

en una música, un rumor y un símbolo,

ver en la muerte el sueño, en el ocaso

un triste oro, tal es la poesía

que es inmortal y pobre. La poesía vuelve como la aurora y el ocaso.


[1] Tampoco Borges lo entendía y no estaba de acuerdo. A Maria Esther Vázquez le dijo: “Mis amigos me dicen que mis cuentos son muy superiores a mis poesías, que soy un intruso en la poesía y no debería escribir versos, pero a mí me gustan los versos que escribo”.

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