folder Publicado en Conjura semanal
¿De qué sirven los libros frente a un temblor?
María Fernanda Gómez Peralta comment 3 Comentarios

Cuando pienso en que ya pasó exactamente un año empiezo a sentir que se me cierra la garganta, que me oprimen el pecho. Ese día, cuando iba a la oficina, mi mamá me preguntó qué era ese edificio tan alto (una torre en Polanco); le dije que ahí era donde yo trabajaba. Las oficinas están en el primer piso de 17, no puedo ni siquiera imaginar cómo lo vivieron los del último piso. Si lo platicas con otros chilangos, todos te pueden decir sin dudar qué estaban haciendo cuando fue el temblor, se hayan asustado en ese momento o no.

Todos los días posteriores al temblor no pude dejar de pensar en la futilidad de haber estudiado letras, en lo poco útil que me parecía mi carrera en tiempos de crisis. Genuinamente pensé en renunciar a mi trabajo y ver qué necesitaba para estudiar Ingeniería Civil. Me sentí inútil, que no había hecho lo suficiente por mi país, mi ciudad ni por mi gente cuando lo necesitaban. Pensé en lo inútiles que eran los libros en ese momento, en que cuando me dieron 15 minutos para sacar cosas de valor de mi casa no me llevé ni un solo libro.

19 de septiembre de 2017

Estaba con Joaquín y Thania en la pecera (un área aislada con paredes de cristal en medio de la oficina que todos llaman así), y tenía una pluma roja en la mano, siempre trabajamos seis personas ahí. Fernando y Lalo estaban en la junta de brigadas y Cynthia estaba en otra reunión.

Los tres notamos que estaba temblando al mismo tiempo, agarré mi bolsa y salimos. Thania me agarró el hombro para tranquilizarme porque notó que estaba muy nerviosa. Nos gritaron que nos replegáramos, cuando nos hicimos para atrás escuchamos el vidrio de la pecera crujir; nos gritaron que nos quitáramos de ahí porque se iba a romper. Thania y yo acabamos en el suelo entre unos escritorios, con Diego y Eli, viendo cómo se agitaban las lámparas colgantes sobre nosotros. Fue entonces cuando empecé a hiperventilar, Thania no me soltó hasta que salimos del edificio ya que me vio más calmada.

Cuando terminó de moverse todo, lo primero que hice fue marcarle a mi mamá, pero en ese momento nos gritaron que no usáramos los celulares, colgué. Nos bajaron a la calle frente a las oficinas, justo como el simulacro que habíamos tenido una hora antes. Empezaron a pasar las ambulancias, ya no recuerdo cuántas pero creo que pasaron entre cinco o seis en menos de una hora, luego nos movieron enfrente del acuario sobre un camellón. Ahí todos estábamos tratando de comunicarnos con nuestras familias y no recuerdo que nadie lo consiguiera. Después de un rato nos dejaron subir por nuestras cosas, y empezamos a ver cómo nos iríamos entre varios.

En un grupo nos fuimos Joaquín, Thania, Lalo, Fernando y otros compañeros de la oficina (Eloísa, Mauricio y América), todos íbamos hacia el mismo rumbo. Empezamos a caminar al lado de cientos de personas, finalmente Polanco es uno de los hormigueros más concurridos de la cuidad con tanta oficina.

Había vidrios por todas partes; los que iban en carros manejaban de manera desesperada. Seguimos caminando. Donde más edificios derrumbados vi ese día fue en la colonia Roma. A pesar de unos cuantos cristales por aquí y por allá, Polanco parecía intacto. Vimos cómo entraban las máquinas Caterpillar para quitar escombros. Por en medio de la calle había civiles que dirigían el tráfico para darnos la oportunidad de cruzar la calle. Esa parte de la ciudad parecía el Éxodo, todos estaban afuera con perros, maletas y garrafones de agua, como si en serio fuera el fin de la ciudad. Todo era un caos.

Pasamos por una calle que estaba cerrada con un cordón, tenía un letrero que decía “Peligro: fuga de gas” y olía muchísimo. Me dio miedo, quise irme de ahí lo más rápido posible pero Fernando, asustado, sin la calma que lo suele acompañar, nos dijo que ahí vivían sus abuelos y tenía que ir a sacarlos, se metió corriendo a la calle. Otros compañeros fueron tras él para ayudarlo, Lalo nos dijo que siguiéramos.

Los celulares no servían ni los datos móviles agarraban señal. Seguimos caminando Joaquín, Thania, América y yo. En algún punto, no sé si por División del Norte o Avenida Universidad, nos separamos: Joaquín se siguió a su casa y Thania y yo fuimos con América, por su hija y a su casa.

Thania y yo perdimos de vista a América por un momento cuando corrió al kínder. Nos quedamos en la panadería Lecaroz, fue entonces cuando al fin pude hablar con mis papás y decirles que estaba ahí, me contestaron que pasarían por mí.

Nos encontramos con América y fuimos a su casa, pero preferí regresar a la panadería ya que había sido el último lugar donde le dije a mis papás que estaría. Thania me acompañó, mientras esperábamos compré dos panqués de amaranto que empezamos a mordisquear en lo que llegaban por mí. Venían mis papás, mi hermana, mi sobrina y Amaranto, mi perrito; Thania se quedó con América. Ya eran casi las seis de la tarde.

Llegaron mi novio y mi cuñado a la casa, comimos quesadillas con lo que había sobrado del día anterior. Mi papá y mi hermana ya habían limpiado la casa lo más que habían podido, de todo lo que se cayó y se rompió. Aún había muchos vidrios por todas partes pero no importaba. En un día normal, siempre que se rompe alguna taza, todos nos inmovilizamos, nadie puede estar descalzo por ahí, pero ese día ya no importaba. Toda la casa estaba cubierta de una alfombra de vidrios diminutos, también había grietas en las paredes. Las ambulancias no pararon de escucharse en todo momento como por dos semanas.

20 de septiembre de 2017

 Al día siguiente desperté sintiéndome muy mal, física y anímicamente. Estuve retuiteando todo el día cosas que pensé podían ser útiles, tratando de contactar y conectar gente que estuviera cerca de otros donde se pudiera ayudar pero me sentía inútil, mala ciudadana, y mala mexicana por no estar quitando escombros en la calle.

Poco después del medio día revisaron mi edificio y nos dijeron que tenía daño estructural, que teníamos 15 minutos para sacar nuestras cosas. Me temblaban las manos y temía que en cualquier momento pasara algo ya que aparentemente mi edificio no era un lugar seguro. Mi mamá tomó algo de comida mientras que yo corrí por los papeles importantes, comida para el perro y unas botas. Fuimos a casa de mi abuela con Amaranto en dos carros junto con mi papá. Yo estaba un poco en shock y medio ida. Les conté en el grupo de WhatsApp de la oficina que al parecer mi edificio no era habitable, cada uno me mandó mensaje ofreciendo apoyo o ayuda de algún tipo. Mi jefe respondió algo así como “Querida, las puertas de mi casa están abiertas con todo y perro”. Después de leer eso me puse a llorar, no recuerdo mucho del resto de ese día.

21 de septiembre de 2017

Tampoco recuerdo mucho del día siguiente, excepto que fueron más DROs (Directores Responsables de Obra) al edificio y concluyeron que sí era estable. Aunque no me sentía muy segura, mi familia y yo igual nos quedamos ahí.

22 de septiembre de 2017

Al día siguiente fui a la oficina pero mi cerebro no conectaba. Todos llevaban tenis e iban en fachas, ni siquiera me acuerdo si me bañé ese día para ir al trabajo. No hice mucho excepto coordinarme con unos amigos y familia para juntar víveres y llevarlos a Morelos. Me sentía más demacrada que nunca, había envejecido 10 años en cuatro días. No cobraban en el Metro ni necesitabas membresía para entrar al Sam’s.

Nos organizamos y juntamos varias cosas para llevar paquetes. Llegué a mi casa después de esto y me dio miedo porque sólo había tres carros en el estacionamiento. Casi no había nadie. Hay vecinos que se fueron desde entonces, y no volvieron aun cuando le dieron el visto bueno al edificio.

23 de septiembre de 2017  

En la mañana antes de irnos a Morelos sonó la alerta sísmica otra vez. Sentí esa presión en el pecho de nuevo, el temblor fue casi imperceptible. Fuimos y regresamos el mismo día. No recuerdo el nombre de esa zona pero había casas derrumbadas por completo, muchos perros callejeros y muchas adolescentes embarazadas y con niños chiquitos. Vi una de las otras realidades de México: mientras acá en la ciudad, entre los víveres que juntábamos, podíamos preocuparnos por croquetas para los perros, allá la prioridad eran los pañales, el agua potable y leche en polvo.

25 de septiembre de 2017

Volví a la oficina el lunes, sintiéndome 10 años más vieja, inútil y sobresaltándome por cada ruidito; me mareaba todo el tiempo y alucinaba temblores de igual manera.

Aun con todo eso, tenía la plena conciencia de la suerte que tuve: no perdí a nadie a quien amara, ni mi casa y sí conozco gente que perdió alguna o ambas. Al mismo tiempo me conmovía al ver las noticias, los tuits, y la reacción de la gente, en los jóvenes de la ciudad, de otros estados, en el apoyo de fuera, en los mensajes. Tuiteando, donando, organizando, cocinando, consolando, informando, escombrando, ocupando las manos en lo que pudiera ser útil, ayudar en algo.

18 de septiembre de 2018

Me vuelvo a preguntar de qué sirven los libros, leer y escribir. ¿Para qué sirve realmente estudiar literatura ante un desastre natural?

Uno escribe por muchas cosas y también lee por otras. A veces uno escribe para tratar de hacer un homenaje a lo que aprende, a lo que vive, a lo que gana y a lo que pierde, a lo que no quiere olvidar o para asimilar algo. Otras, uno lee para conocer otras vidas, otros puntos de vista, para sentirse conectado con alguien más, para distraerse, para desahogarse, para aprender, para recordar.

Saber hacer libros, o saber leer o escribir, no te va a salvar del terremoto, tener un libro tampoco. Un temblor puede durar varios segundos, de los cuales sólo percibiremos los momentos más intensos, y aunque nos parezcan eternos, son efímeros. Sí, ahora se me revuelve el estómago cada vez que oigo la alerta o cuando siento que se me mueve el piso, pero lo más difícil no es ese momento, es lo que viene. Es levantarnos, reconstruirnos, distraernos, superar el miedo y el dolor, o actuar a pesar de ellos. Hacer memoria, desarrollar una cultura de reacción, reclamar, ayudar, levantar, hacer que esta lista de verbos salga del texto y se convierta en acciones, y tal vez en algo de ello sirva haber estudiado literatura.

Termino de escribir y me dan unas ganas inmensas de llorar y otra vez siento esa presión en el pecho. No pienso en lo que los altos mandos no hicieron, en todo lo malo que se destapó y que sigue estando ahí, sino en lo que nosotros hicimos por nosotros. Pienso en Thania que no me soltó hasta que pude respirar bien.

 

Fotografías: Cuartoscuro

19 de septiembre 19 de septiembre de 2018 CDMX sismo sismo 19 de septiembre sismo cdmx

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Cancelar Publicar el comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

  1. Le felicito María Fernanda por su escrito, que me llevó a recordar lo que muchos desde lejos nos preguntamos ¿y qué podemos hacer nosotros?, y hubo mucho a pesar de la distancia como se pudo corroborar en este mundo ciberconectado. Existe todo un estado del arte sobre la importancia de la lectura, de lo que implica tener un libro en las manos como instrumento de cambio, incluso Gabriel Celaya dirá alguna vez «la poesía es un arma cargada de futuro». Escribir es despertar conciencias, pero debe ir más allá: es acción de una persona para poner en práctica lo que un texto coloca en su corazón. Y con esto, todo lo que nos impide progresar como sociedad encontrará en unas palabras impresas un trampolín para tomar las herramientas que puedan esculpir nuestro modelo ideal del mundo. Y mire que lo dice un formado en las ciencias computacionales que decidió un día incursionar en la afición de las letras. Lo anterior porque debido a mi experiencia personal, pude detectar que a mi sociedad le hacía mucha falta cultivar su espíritu crítico para mejorar su toma de decisiones y ser más participativa.

  2. Que puedo decir de este texto publicado por mi hija, me hizo reflexionar en muchas cosas, mismas que creo a veces las minimizamos por el diario acontecer de nuestras vidas; el vaivén diario, nuestras rutinas nos hacen olvidar que vivimos en una ciudad con sismos constantes y lo peor que no le damos importancia a lo que éstos hechos le han provocado a mucha gente, desde perder un familiar, tu casa o bienes materiales, espero que como a mí nos permita ser más conscientes y humanos para ayudar a la gente que lo necesita, sin pensar en lo que no han hecho o dejado de hacer quienes tienen la obligación de hacerlo y peor aún, los que han lucrado con la ayuda que no han hecho llegar a la gente que lo necesita o han hecho uso de ella para fines electorales