folder Publicado en Conjura semanal
El rostro y el alma, Francisco González Crussí
Redacción Langosta comment 0 Comentarios

La primera vez que leí un texto del doctor González Crussí fue en el prólogo al Breve diccionario clínico del alma, del también doctor Jesús Ramírez-Bermúdez. Me sorprendió gratísimamente su prosa impecable, elegante, erudita, emotiva. Me conquistó definitivamente luego de explicar que «más que simple enfermedad, el trastorno mental es un desgarro del ser por donde se filtra una luz que nos descubre dobles, obsesionados o extasiados; es una puerta que se abre al misterio de nuestra naturaleza, y al abrirse despierta los fantasmas internos y libera lo que bulle en lo profundo de todos los seres humanos: imágenes, visiones, sueños, quimeras y fantasías». Para rematar ese prólogo de colección, el doctor Crussí nos convence: «la enfermedad mental no es negación ni denigración de lo humano; no es animalidad; es la otra cara, la vertiente umbría de nuestra inalienable humanidad».

Un texto tan bello me arrastró, naturalmente, a seguirle la pista a un escritor de esta envergadura. Fue así como llegué, entre otros, a sus hermosos textos en Letras Libres. De esta pesquisa recuerdo, entre muchos, un bello ensayo titulado «El origen del deseo», donde el autor nos dice que «el deseo es fuerza centrífuga», porque va siempre dirigido al Otro. «El onanista no se desea a sí mismo: suple, con acrobacia imaginativa, la realidad del ausente. El onanista puede, si quiere, sacar de su cerebro todo un serrallo: la imaginación le permite ser sultán.» Todo esto nos lleva, finalmente, a la conclusión de que una de las cualidades específicamente humanas es, ni más ni menos, «poder hacer el amor con fantasmas».

El día que recibí, a través de un autor muy querido, el correo del doctor González Crussí de modo que pudiera, ¡por fin!, aproximarme a él para proponerle que publicara un libro en la editorial donde trabajo, me temblaban las manos, retumbaba mi corazón. Mi reacción no se hizo esperar luego de que, a vuelta de correo, apareciera en mi buzón el nombre de Francisco González Crussí. Su escritura impoluta y su trato siempre amable, pleno de humildad, me develaron al hombre detrás del texto: como rarísima excepción, se yergue el doctor González Crussí como uno de los mejores ensayistas de nuestros tiempos; uno de los intelectuales más eruditos pero exento de toda jactancia; un escritor tremendamente entretenido, irónico y colmado de sabiduría.

«El rostro con que venimos al mundo es una de tantas prendas que nos tocan en el despiadado juego de azar que es el destino»: he aquí la primera frase que el doctor Crussí nos regala en El rostro y el alma: una antología de siete ensayos fisiognómicos como nunca ha habido otra. En este libro de propiedades hipnóticas, el lector se sumerge en el fascinante mundo del rostro y el alma y emprende un recorrido alucinante donde descubre, por ejemplo, el corazón hirsuto de Aristómenes, un héroe griego que, de tan valiente, tenía cabellos en el corazón. O el prejuicio extendido —¡aún en nuestros días!— de que el tamaño de la nariz se correlaciona directamente con las dimensiones del órgano copulatorio masculino: no por nada, nos cuenta el autor, «el disoluto emperador Heliogábalo, dado a orgías con marcado componente homosexual, tenía cuidado de escoger como invitados a jóvenes cuyas dimensiones nasales eran considerables».

No me corresponde a mí calificar este libro, en absoluto. Como lectora, como editora, no me resta sino decir que admiro profundamente al doctor González Crussí: por su sabiduría, por su inenarrable sentido del humor, por su amor por la palabra y su forma de ejercerla; y hay que decir, también, que le estaré eternamente agradecida por haber permitido, en su modestia infinita, que fuera yo quien trabajara con él en esta ocasión, desde la penumbra, para dar a luz un libro tan extraordinario como El rostro y el alma.

Wendolín Perla