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El sorteo, una alternativa democrática
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El sorteo, una alternativa democrática

Por Fabián Mártinez

Una afirmación: mediante el voto se otorga el poder público a un representante para poder solucionar los problemas que afectan a la sociedad; el voto sirve, ha servido, servirá para legitimar a la democracia. Una réplica: el modelo del voto para elegir a los representantes está agotado, el rechazo a la democracia representativa electoral aumenta conforme persisten prácticas como la corrupción o el desequilibrio entre los poderes públicos. Un tercero involucrado: el voto forma parte de un modelo endógeno de la democracia representativa para acceder al poder, cambiarlo supone modificar las vertebras de la democracia.

En Contra las elecciones. Cómo salvar la democracia, (Taurus 2017), David van Reybrouck (brujas, Bélgica, 1971) se muestra partidario del tercer enunciado, es decir, diagnóstica los males que padece la democracia y propone un “remedio” alternativo para intentar salvarla. Su premisa básica es que la democracia está en crisis, y lo está porque “nos hemos convertido en fundamentalistas electorales”(Contra las elecciones, p51). La palabra democracia ha pasado a ser prácticamente sinónimo de elecciones. En ese contexto nuestro autor rebate el confort democrático. Como filósofo de formación, ha sacado del pozo griego de las ideas, una iniciativa alternativa a las elecciones que permita sortear a los representantes de la sociedad en pos de una democracia actual, funcional e igualitaria.  

En su brillante exposición, David van Reybrouck, intenta remover a la democracia del estado de rigidez en el que se encuentra. Actualmente —año de corte del libro, 2017— hay “117 democracias electorales en un total de 195 países” (Contra las elecciones, p12), esto quiere decir que con mayor o con menor democracia el pueblo elige a sus representantes populares en más de la mitad de los países soberanos del mundo. Sin embargo y pese a un consenso tan logrado en la forma de gobierno, la incertidumbre entre los intelectuales y la ciudadanía reside en la pregunta de cómo traducir la aritmética electoral en la construcción del gobierno. Para el filósofo flamenco, el planteamiento de una posible respuesta no es causal a la definición constitucional del derecho al voto, sino que está orientada en pensar opciones viables para cambiar los mecanismos de acceso al poder y reformular el concepto de representación popular.

La perspectiva de Reybrouck es cruda. La democracia ha caído en una patología común a las grandes ideas forjadas en la Europa del siglo XVIII: al igual que sus compañeros humanismo y desarrollo económico, la democracia generó una expectativa mayor a la certeza que podía ofrecer. Aquellos que empeñaron su esperanza y alabaron con cánticos a la democracia, hoy, en vez de ser, exclusivamente, los más contentos, son quienes preludian su cansancio y denuncian su disfuncionalidad. El paisaje que dibuja la investigación de David van Reybrouck parece confirmar el desmoronamiento de la democracia: crisis de legitimidad política, pobreza económica, desigualdad jurídico-político, insensibilidad humana. La clase política incapaz de proponer, obstruye; usa el miedo para inhibir la participación pública, el jubilo de las elecciones se desvanece en la miseria de todos los días. El método electoral resulta débil: los ciudadanos se activan, a fuerza de propaganda, mediante el bombardeo informativo del deber constitucional y a partir de la operación clientelar, en torno a las campañas político-electorales cada determinado tiempo. Pero en el fondo hay ausencia de reflexión sobre la democracia como fundamento y como finalidad ciudadana.

«El jubilo de las elecciones se desvanece en la miseria de todos los días»

El principal dardo lanzado contra la democracia electoral por David van Reybrouck ha dado en el centro: el modelo ha caducado porque encapsula a la democracia y la reduce a mera aritmética y negociación entre grupos elitistas, Estados de derecho oligárquicos le llama Rancière (El Odio a la democracia, 2006). Para el autor belga, los políticos desconocen las necesidades de la población porque desconocen la forma de vida de los ciudadanos promedio. Las tasas de participación en las votaciones, al menos en Europa, han disminuido con respecto a hace 30 o 20 años, hay una mayor volatilidad electoral ocasionada por la desconfianza en los partidos políticos que se traduce en el bajo número de afiliados, el temor por los escándalos mediáticos debilita el protagonismo político y una larga lista más de consideraciones políticas que subrayan la crisis de la democracia.

El marco metodológico del trabajo de David van Reybrouck es el empírico, su objeto de estudio está centrado en el modelo europeo con resonancia en dos democracias americanas. Al contrario de los libros teóricos argumentativos que extraen sus premisas de los libros clásicos de la ciencia política, lo que hace Reyboruck es estudiar casos recientes en Bélgica, Islandia, Países Bajos, Irlanda, Australia, Francia, Reino Unido Canadá, y Estados Unidos para ordenar y definir algunos de los hondos problemas de la democracia. Antes de hablar del vacío de la democracia bajo el padrinazgo del vacío de poder descrito por Lefort (La invención democrática, p190) o de la pluralidad de hombres en la política, definida por Arendt (La promesa de la política, p131s), Reybrouck acude a la política comparada y a la historia de los sistemas democráticos para clasificar sus observaciones y madurar sus propuestas.

Como cirujano de la democracia, usa un lenguaje tomado de la medicina: enfermedad, diagnóstico, remedio. Los “remedios” que intenta solucionar el estado de la “democracia enferma” el autor los agrupa en cuatro e inician con el tema emergente a nivel mundial: el populismo. El remedio populista ante la democracia exhausta, dice Reyboruck, aboga por la simpleza, se soluciona con “una representación popular más popular” (Contra las elecciones, p30). Pero sería deshonesto, intelectualmente hablando, desechar su respuesta como ocurrencia, mera cursilería, o total improvisación. La seriedad de su propuesta es tal que incluso promueve un cambio sin brusquedad; el populismo dicta “transfusión” de líderes. (Contra las elecciones, p32). Un segundo “remedio” es la solución tecnócrata, que al no vislumbrar problemas a corto plazo, piensan en medidas “impopulares” a largo plazo. Es un “remedio” caracterizado por la “gestión de problemas”(Contra las elecciones, p33). Un tercer “remedio” es la instauración de una asamblea general, que funciona como “megáfono popular” o megalomanía ciudadana, donde todos los ciudadanos tienen derecho a expresar su opinión y ser escuchados (Contra las elecciones, p40). A estos tres “remedios” puede sumarse un cuarto, el “neoparlamentarismo” que promulga al interior del sistema nuevas formas de participación, para no extender la receta, resumamos: un nuevo sistema dentro del sistema. Nada nuevo. Las elecciones son “combustible fósil de la política” (Contra las elecciones, p70) sentencia.

Sin duda, en el siglo XXI hemos sido testigos de las consecuencias del descontento ciudadano, por un lado y en el peor de los casos conduce a la desobediciencia civil; en el mejor de los casos transita a una nueva reorganización democrática. Leer a Reybrouck estimula el pensamiento político. A manera de amparo jurídico antes de abordar su teoría, justifica las posibles réplicas: “Cuando a mediados  del siglo XIX John Stuart Mill declaró que las mujeres merecían tener derecho a voto, sus contemporáneos lo tacharon de loco”(Contra las elecciones, p147). Su comparativo debe tomarse con seriedad. El método aleatorio de selección de representantes cada vez ha encontrado más oídos en Europa. Las propuestas que fundamentan el sorteo comparten algunos elementos:

1. Los ciudadanos deben ser elegidos bajo criterios sociodemográficos fijos de tal suerte que casi todos los ciudadanos puedan participar.

2. La participación de ciudadanos elegidos aleatoriamente para ocupar un escaño en el poder legislativo debe ser paulatino, mediante cuotas o mediante porcentajes del total de los miembros o bien crear una nueva cámara nacional (propuesta francesa) o supranacional (propuesta alemana) de ciudadanos elegidos por sorteo.

3. La duración de tres años en el puesto.

Para Reybrouck una elección por sorteo daría mayor legitimidad a la democracia. Aclara: habrá más de uno que acuse de irracional a la propuesta (Contra las elecciones, p169). Sin ser un oráculo se augura que su método será criticado y a la par será fuente de acalorados debates. Podríamos anticipar el veredicto de la discusión pública: hay talento pero falta por precisar algunas cosas, modificar el lenguaje, cambiar aquí está palabra, allá otra. Pulir las propuestas. ¿Y después?, defender los postulados. Una afirmación a modo de cierre: Contra las elecciones es un libro que reflexiona sobre cómo se puede salvar la democracia.

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