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Guatemala, por ejemplo, sí existe
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Si uno busca una fotografía de Manuel Estrada Cabrera se encontrará con uno de esos retratos decimonónicos de gobernantes latinoamericanos que, a pesar de las medallas militares y las poses arrogantes, no hacen tan evidente la violencia ni la barbarie que desataron, como sí lo sugieren los retratos de sus contrapartes del siglo XX —Pinochet, Rafael Videla o João Figueiredo, por ejemplo—.

Sin el contexto, el dictador de bigotes gruesos y amplias entradas —contemporáneo y colega de Porfirio Díaz— parece un hombre más de su época, otro más de esa región olvidada en general que es Centroamérica, nervio por el que ha circulado la desidia del continente y el imperialismo estadounidense. Entonces, ¿qué nos dice un retrato de Manuel Estrada, visto desde México y a la luz de un siglo de dictaduras y guerrillas guatemaltecas?

César Tejada, escritor mexicano y descendiente de guatemaltecos, arroja luz sobre esa nación y su historia en Mi abuelo y el dictador (Caballo de Troya, 2017), cuyo tema es el rescate de la memoria de quien fuera su abuelo, Antonio Tejada, ingeniero agrimensor que estuvo preso más de una vez bajo el régimen de Estrada Cabrera.

Motivado por otro de los grandes temas de la literatura latinoamericana, la de la aventura genealógica, César Tejada se lanzó a la búsqueda de una vieja anécdota familiar: la de cuando un pelotón arrestó al abuelo Tejada por su supuesta colaboración en un atentado contra el dictador y lo arrastró por los 45 kilómetros de selva que median entre la Antigua de la Ciudad de Guatemala; detrás, dice la leyenda, lo seguía su esposa, Victoria Fonseca, con un bebé en brazos y, dentro de su pañal, una pistola por si ocurría una ejecución sumaria.

Esta historia, por sí sola, incluye todos los elementos clásicos de la novela del último siglo en el continente: un dictador, una familia de “hombres alucinados y mujeres históricas” —como decía Gabriel García Márquez en La soledad de América Latina—, acontecimientos extraordinarios que rayan en lo fantástico y la promesa de redención.

La anécdota, transmitida por las siguientes generaciones, se convirtió para César Tejada en una obsesión y una especie de atavismo del que no pudo extraerse hasta que decidió conocer la parte guatemalteca de su familia y visitar los parajes de ese país que sólo le había heredado el trauma del autoritarismo. Mi abuelo y el dictador no es, por eso, una novela del mismo género de El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, por mucho que el monstruo sea el mismo; ni una reactualización de Cien años de soledad. Es un libro en donde la gente sin poder, o con un poder mínimo en la estructura dictatorial, lleva el protagonismo.

Y por eso no es sólo una novela, la primera parte es el ensayo de un escritor que se busca a sí mismo en la memoria familiar, a través de rastros contradictorios y elusivos como la propia escritura: a veces es crónica, otras es historia, muchas veces recreación novelística, recorrido epistolar o simplemente el diario de un escritor entre dos naciones. En esta parte hay una pequeña historia de la Guatemala moderna y su gran legado literario: desde gigantes como Rubén Darío —quien tuvo unos infames días finales junto al dictador—, Augusto Monterroso, Miguel Ángel Asturias (el Premio Nobel en lengua española más olvidado de cuantos hay), Luis Cardoza y Aragón o de autores atrapados en el limbo de los escritores injustamente olvidados, como Enrique Gómez Carrillo —siervo y adulador de Estrada—  o la poeta María Josefa García Granados, La Pepita.

Como toda novela, hay varias preguntas. ¿Es en verdad el abuelo de César Tejada un hombre que decidió llevar por la buena su relación con la dictadura o un protagonista relegado al segundo plano? ¿Sucedió en verdad el episodio del pañal y la pistola? ¿Qué tenía que ver todo esto con el atentado a Estrada Cabrera? Para eso está la segunda parte de este libro, donde Tejada suelta el vuelo hacia los confines de la novela como un último recurso contra el olvido. Si bien, como decían Asturias y Cardoza y Aragón, toda dictadura es una novela y toda novela de dictaduras es un cuento de hadas, es tiempo de volver a la memoria no de los poderosos sino de la gente “común”, aquella para la que la dictadura aún no ha terminado.

Escrito desde México, y en vista de la poca atención que dirigimos a nuestros vecinos del sur, Mi abuelo y el dictador nos regresa a ese país que fue una de las Atenas del continente, vivero de escritores y poetas, a la vez que parodia y prototipo de la república bananera, bárbara y regida por un inmenso hombre enano. Además de reivindicar a su abuelo, César Tejada le ha enmendado la plana a Georges Arnaud, autor de El salario del miedo (un libro sobre compañías europeas y americanas en país latinoamericano): Guatemala, por ejemplo, sí existe.

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