Desde 1851 vivió en Christ Church Oxford. Allí llevó una vida retirada, dedicado a la docencia de matemáticas, disciplina sobre la que escribió diversas obras bajo su nombre auténtico, y a desarrollar una fructífera labor como fotógrafo y escritor que es inseparable de su atracción hacia el mundo de las niñas. Precisamente una de sus pequeñas amigas, Alice Liddell (hija del decano de Christ Church), inspiró sus dos libros fundamentales: Alicia en el país de las maravillas (1865) y A través del espejo (1871). Estas obras contienen complejos elementos de fantasía y juego lógico, parodia y sátira, y al igual que el extenso poema La caza del Snark (1876) fueron concebidas según la más viva tradición inglesa del «nonsense». Lewis Carroll dedicó los últimos años de su vida a escribir y publicar trabajos de lógica simbólica. La peculiar combinación de fantasía, disparate y absurdo, junto a incisivas paradojas lógicas y matemáticas, permitieron que las obras se convirtieran a la vez en clásicos de la literatura infantil y en inteligentes sátiras morales, llenas de apuntes filosóficos y lógicos, aunque naturalmente para un público adulto y atento.
En el prólogo de Alicia en el país de las maravillas (Debolsillo, 2011), Luis Maristany escribe:
Es un raro privilegio que hoy, al cabo de los años, los lectores de Alicia no tengan edad, sexo, profesión o nacionalidad determinada. Alice’s Adventures in Wonderland y Trough the Looking-Glass son parte del patrimonio colectivo; se han vuelto objetos de referencia común para un heterogéneo personal, que incluye a pequeños y adultos, a oficiantes del lenguaje y a matemáticos, más allá incluso del ámbito inglés, fenómeno sin duda sorprendente dado el recio soporte lingüístico sobre el que se asientan ambos libros. Alicia (en muchas lenguas) y, con ella, el Conejo Blanco, el Gato de Cheshire, la Reina Roja, Humpty Dumpty y tantos otros, parecen morar en nuestra memoria con absoluta naturalidad.
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