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MIS CONFUSIONES. Memorias desmemoriadas. Eduardo del Río, Rius.
Redacción Langosta comment 0 Comentarios

27 de mayo de 2014. Presentación en el Museo de la Ciudad de México.

He estado a la sombra de Rius durante 40 años, prácticamente la mitad de ese número de años que acaba de cumplir. Y “a la sombra” quiere decir que he sido su editor, primero en Editorial Posada y después en Grijalbo. Esta expresión de “a la sombra” nunca fue más cierta que en el presente caso, porque ser editor de los libros de Rius equivale a recibir unos originales perfectamente terminados, leerlos, divertirse, aprender y extasiarse con ellos, para luego pasar a la siguiente etapa que consiste, literalmente, en la publicación.

Pero, ¿acaso no interviene el editor en la elección del título a publicar? Por supuesto que sí. Se le hace la sugerencia del tema político del momento, o de un contenido de divulgación que pueda ser del interés de sus incontables lectores… y justamente cuando se le comunica con toda seriedad, el insigne autor pondrá cara de what y, si de plano no le dice a uno que no, simplemente alegará cualquier cosa para salir del paso. Pero unos días después mandará el nuevo libro en cuestión, que nada tendrá que ver con el título que, inocentemente, el editor pensó que Rius podría hacer.

Por eso digo que sus editores –porque hay varios que están tras sus huesos y a veces lo consiguen– nos limitamos a hacer “rounds de sombra” frente a su impávida mirada. Aun así me ostento como su editor más viejo, con un catálogo cercano a la ¡centena de títulos! Y en posesión de unas cifras estremecedoras: sólo La panza es primero habrá vendido 750 mil ejemplares. Y Filosofía para principiantes, otro de sus bestsellers, va en medio millón de ejemplares, bajita la mano.

Pero estoy aquí para hablar no de las cifras que puede proporcionar un editor, siempre confusas según los autores, sino para hablar de otro tipo de confusiones, las de Rius.

En primer lugar hay que decir que Mis confusiones. Memorias desmemoriadas es uno de los contadísimos libros del autor en que no dibuja ni hace collage o “recortaje”, sino sólo escribe. Entre ellos tengo presente un librito de viajes que publicamos en la legendaria Colección Duda Semanal de Editorial Posada: Qué tal la URSS, donde armado sólo con la máquina de escribir narraba sus peripecias como invitado especial a la extinta Unión Soviética. Creo que fue en estas páginas donde logré darle el golpe a su humor, sin necesidad de dibujos. Recuerdo que al bajar del avión, ya en Moscú, por la escalerilla que ponían para descender directamente a la pista, muriéndose del tremendo frío y casi sin ver por lo cerrado y oscuro del cielo, Rius reflexionaba con lucidez: “¡Uf qué tiempo…! ¡Ha de haber Norte en Veracruz!”.

Sin apoyo gráfico el humor de Rius no sólo hace reír, sino que desarma y conmueve. Y justamente esto es lo que encontramos a lo largo de estas desmemoriadas memorias, que se leen de corridito porque están escritas con ese estilo raudo y desembarazado que desarrolló y afinó en sus historietas ya clásicas y en la infinidad de libros que ha publicado.

Un estilo al servicio de un lenguaje llano y directo que se nutre del habla coloquial del México contemporáneo. Así, Rius empieza su autobiografía diciendo: “Como que se me hace difícil hablar (de mi padre)”. O bien define el humor como algo “que nos llega de las ondas etéreas, que sepa la chingada por dónde quedan…”. O al describir sus lecturas religiosas y edificantes nos dice: “Simplemente leer el Cantar de los Cantares lo pone a uno inquieto y cachondo”. O para aludir a la forma de ser y lucir de uno de sus tíos, escribe: “Medio machín mi tío y eso que era bastante feo el pobre”. Y por ahí encontraremos un auto escarnio en el más puro modo mexicano: “Fíjensen (…) qué clase de cucaracha soy”.

En fin, la lista de grandes aciertos idiomáticos de Rius el escritor podría ser interminable, por lo que esta breve enumeración sólo tiene la intención de invitar a conocerlos, aquí, acá y acullá dentro de esa prosa tan gozosa que ha sabido poner en movimiento a través del ingenio, la desmemoria y el relajo.

Acabo de decir “Rius el escritor”, denominación que desde el principio él niega vigorosamente. Pero allá por la página 369, en el capítulo que ha titulado “Más confusiones”, pretende convencernos de que su atrevido dicho es verdad, pero lo hace apoyado en un diálogo con su alter-ego y más bien le sale el tiro por la culata.

Antes de transcribir el diálogo argumentativo contra su identidad literaria, sólo quiero aclarar que el recurso del alter-ego –un personaje ideal que es él mismo–, Rius ya lo había utilizado en otro de sus libros, a mi modo de ver en el mejor de su serie sobre Jesús y el cristianismo, que inició hace muchísimos años.

El libro en cuestión tiene por título ¿Sería católico Jesucristo?, publicado en 2010, hace sólo cuatro años. Ahí trata de demostrar que la iglesia católica prácticamente no tiene nada que ver con el Jesucristo real; pero más allá de la argumentación, que por cierto resulta contundente por bien articulada y sólidamente documentada, lo que nos importa aquí recordar es la forma en que está concebido el libro. En su presentación aclaratoria, el maestro escribe:

“Diálogo intemporal y algo sarcástico entre el señor Jesús de Nazaré, también denominado como El Mesías, Jesucristo o El Señor y el autor que se identifica con su credencial de lector como Eduardo del Río… o Rius”.

Citado este antecedente sobre el Rius-personaje de sus propios libros, procedo a transcribir otro pasaje, pero ahora de Mis confusiones:

“(….) en honor a la verdad, si he escrito libros, pero en mi fuero interno –que no sé dónde se ubica– yo sigo considerándome más humorista gráfico que escritor.

“—Caraxo don Rius (habla el alter ego): si ha escrito como cinco libros, a fuerza tenemos que considerarlo escritor, aunque lo niegue… no hay de otra…

“—Bueno (replica el verdadero Rius), me declaro incompetente para llevar a cabo un juicio de ese tamaño: soy escritor, pero malo y punto”.

Pero al siguiente párrafo parece arrepentirse de tan imperativo “y punto”, porque, dubitativo, nos relata la siguiente anécdota:

“Quizás en este aspecto Abel Quezada tenía razón. Un día que estábamos platicando sabrosamente en su casa de Cuernavaca, me dijo algo que (yo) no había considerado. Va la transcripción más o menos fiel de sus palabras: ‘…mira, tu empezaste haciendo humor mudo, humor sin palabras en el Ja-Já, ¿no? Pasaste luego al cartón editorial, donde ya ponías algo de texto. Luego le entraste a la tira cómica, donde hacías diálogos con personajes, y en seguidita brincaste a la historieta, donde se requieren ya más textos y diálogos. Y de ahí diste un gran salto a los libros, que llevan mucho más texto que dibujos. ¡A este paso te apuesto que vas acabar escribiendo novelas!’”.

Al comentar el pasaje anterior, el autobiografista anota que Quezada se moriría de risa si supiera que “ya casi no dibujo y estoy haciendo más letras que monos”. Pero también aventura otra hipótesis:

“…dicen que el que lee mucho, tarde o temprano acaba escribiendo… (Que es lo que me está pasando ahora)”.

Así pues, como decía al empezar estas citas, al maestro Rius se le revierte el argumento de que él no es escritor, pues a pesar suyo sí que lo es… y de qué manera. Como se trata de un lector consumado (ya verán las largas listas que se avienta de sus libros y escritores favoritos), posee gran sentido del ritmo narrativo y, como ya vimos, al mismo tiempo ha sabido decantar un original estilo y un lenguaje oportuno, afincados ambos en la realidad mexicana.

Pero Mis confusiones es muchísimo más que eso. Como lo describe el propio Rius es “un libro más bien viendo para adentro que para afuera”, al grado que leemos varios capítulos acerca de lo que él llama “mi vida sentimental y coqueta”. E igualmente aquí tenemos concentrados los temas más apreciados por el caricaturista, descreído, izquierdista, lector, melómano, cinéfilo, vegetariano, etcétera, etcétera, temas que en el caso de estas desmemorias giran en torno a un solo gran personaje: él mismo.

Sin embargo, para mí el gran tema de este libro es el México que ve Rius, este mismo México que le ha tocado padecer y gozar hasta dónde ha podido, este país que él ha intentado modificar con las armas más inofensivas y probablemente más ineficaces que existen para cambiar conciencias: su trabajo creativo, su inconmensurable labor en cientos de miles y miles de páginas dibujadas, recortadas y pegadas, escritas y transcritas. Por supuesto que hizo que muchos de sus lectores pensaran distinto que las grandes masas que sólo ven televisión; y la prueba más fehaciente de que en cierta medida logró influir en muchos son todos los asistentes a este homenaje que hacemos por la aparición de sus memorias y por su cumpleaños número 80.

Seguramente todos lo que estamos aquí declararemos, con orgullo, que “somos minoría”. Y sí, es cierto. Pero entonces resulta que estamos más que conectados con el maestro, lo cual podremos reconfirmar, absortos, a través de las 464 páginas de este libro riquísimo y enriquecedor.

Rius escribe al respecto: “(…) sin darme cuenta cabal del asunto, toda mi vida he formado parte de las minorías”.

No sólo es caricaturista, minoría, sino también ateo y descreído, minoría; vota por la izquierda, minoría, es filatelista, minoría, y a la cual no tiene empacho en calificar de “ridícula”. Es lector, minoría. Y para acabarla de amolar, nos dice: “Formo parte de esa minoría de mexicanos que no tienen teléfono celular (lo que me garantiza por lo menos que no me va a entrar cáncer por las orejas)” Y tampoco toma refrescos, es vegetariano y naturista, minorías.

Así que podemos identificarnos con nuestro autor ampliamente, cuando declara:

“(…) desde que tengo uso de razón (como a los 17 años), he militado en el minoritario Club de los Salmones que nadan contra la corriente (y en sentido contrario), y sin rezarle además a la Corte Celestial ni a las vírgenes… Vivir en las minorías que, como decía el buen Monsi, han nacido para perder todos los partidos… Nacimos para perder, pero no el tiempo. Y eso es ganancia…”

De los mil y un temas de toda su vida que ustedes podrán leer y releer desde distintos puntos de vista, y que no voy a enlistar para no cansarlos más, me quedo con “El México Particular” de Rius, título del último capítulo de Mis confusiones y también de un libro que Rius ha querido hacer, “desde hace un chingo de años” como él mismo confiesa, y que lo más probable es que nunca dibuje.

En ese libro, explica, “presentaría una historia supergráfica de México, nada más a base de cartones. Sin textos explicativos, excepto con las fechas más significativas de nuestra historia. Por ejemplo, ‘El grito de la Independencia’ y un cartón alusivo; ‘La Decena Trágica’ y su cartón; ‘El Abrazo de Acatempan’ y su cartón. Y así por el estilo, partiendo de la caída de la gran Tenochtitlán hasta la compra de la presidencia por Televisa y su empleado Peña Nieto (…) Serían 100 cartones, que a estas alturas del partido me cuestan más trabajo que cuando tenía 30 años. O 60, cuando todavía me daba risa hacerlos”.

Hasta aquí Rius, pero ahora vuelve aparecer su impertinente alter ego, quien le pregunta:

“—¡Y qué piensa de México al llegar a los 80 años, don Rius?
“—Usted siempre me las pone muy difíciles, mi buen (contesta el escritor). Pero le voy a decir para que no se quede con la duda, que, para no estar sufriendo innecesarias depresiones, he acabado por llegar a la conclusión de que ESTE POBRE PAÍS YA NO TIENE REMEDIO.”

Y a continuación enumera toda la problemática, los pendientes de este país que sólo tienen 500 años –Nuestra tragedia persistente, de la que habla Lorenzo Meyer–, con el tema de la dominación de los pueblos indígenas en primerísimo lugar… y todo lo demás que ya sabemos, pero que Rius nos lo vuelve a recordar con rabia y amargura.

Y en medio de nosotros –termina su letanía sobre los males de la nación–, la corrupción como un Dios.

Hay en sus palabras desesperanza, sí, ante tal caudal de problemas: “¿Por dónde empezamos a tratar de cambiar a este país, díganme ustedes?”, nos pregunta. Y sólo vislumbra una solución: “Necesitamos otra clase de gobernantes. Otro sistema de gobierno, otro tipo de sociedad. Nada más (y nada menos)”.

Y al final parece que alberga cierto vislumbre de que la situación podría remediarse; pero entonces viene lo mejor, su certera confesión:

“Porque, y no es por presumir, pero yo ya hice toda la lucha que me tocaba para tratar de que las cosas mejoren en esta especie de país llamado México. No voy a parar de hacerlo, marxista-masoquista que soy y he sido, y no tiro la toalla. Mejor la agarro y me limpio las manos como Herodes (¿o Pilatos?, ya estoy confundido), y me concreto a despedirme deseándoles lo mejor para sus apreciables y distinguidas familias, madrecitas incluidas.

“Ahí les encargo mi México Particular esperando se mejore con la ayuda de todos ustedes. Atentamente: Eduardo del Río García)”.

Como que ya no hay más que agregar, sino sólo desearle feliz cumpleaños, cantarle las mañanitas y, sólo yo como su editor devoto y ustedes como sus incondicionales, esperar que los aires de Oaxaca sí que lo conviertan en el novelista que profetizaba Abel Quezada y que, le aseguramos, todos nosotros leeríamos con entusiasmo.

Muchas gracias, Rius.

Ariel Rosales