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El monstruo estaba cubierto de sangre… pero era sentimental
Ramón Córdoba comment Un comentario

Uno de mis detectives favoritos de todos los tiempos es Philip Marlowe, el personaje principal y narrador de la tremenda novela Adiós, muñeca (Farewell, my Lovely) de Raymond Chandler, que he leído cuatro veces: un tipo duro, cínico, viril, que se vale de su inteligencia más que de los puños o de las armas para buscarse la vida en un mundo que suele ser, cuando menos, hostil. Pertenece a una casta cuya fama se debe tanto a él como a otros tipos memorables de la literatura y del cine; entre ellos su claro antecesor e inspirador Sam Spade (El halcón maltés), Rick Blaine (Casablanca) y, más recientemente, Lorenzo Falcó (Falcó, Eva).

Celebro casi cualquier clase de narrativa policiaca, y a toda clase de héroes (sí: héroes; el sustantivo no está a discusión) que la protagonizan, de Sherlock Holmes y Auguste Dupin a Hercules Poirot y de Miss Marple a Filiberto García, Héctor Belascoarán Shayne y Camille Verhoeven (si los conoces, eres mi cómplice; si no: ¿qué estás esperando?), pero hay algo más que un discreto encanto en personajes como Philip Marlowe. ¿En qué consiste? Celebro el encargo de escribir esta nota, porque hasta hoy he sido su admirador incondicional e irreflexivo, y por fin acabo de hacerme esa pregunta.

No negaré que me gusta su estilo; las cualidades que enumeré en el primer párrafo me parecen, además, muy dignas… y no sólo literariamente hablando. La cosa es que, descubro ahora, hay algo más: Marlowe hace gala de un… idealismo averiado, digamos. Sabe que el mundo es una mierda irremediable y pese a ello mantiene a ultranza un código de conducta personal; una moral, pues. Dice, por ejemplo: “Creo que podría seducir a una duquesa, pero estoy bastante seguro de que no mancharía a una virgen”. Si bien es cierto que en el caos no hay error, Marlowe no se deja caer en ningún despeñadero. Cree en lo que cree, punto. Y aquí es oportuna esta frase de Bob Dylan: “Para vivir fuera de la ley hay que ser honesto”. Sí, Marlowe lo tiene muy claro: “Cuando acaben conmigo en un callejón oscuro, si es que sucede, como le puede ocurrir a cualquiera en mi oficio y a otras muchas personas en cualquier oficio en los días que corren, nadie tendrá la sensación de que a su vida le falta de pronto el suelo”.

Y además (empieza a admirarlo si aún no lo has hecho), le gustan las mujeres, el ajedrez, la poesía, el buen whisky, la brisa veraniega y el olor a salvia y a proximidad marina… pero no quiero que esto sea un panegírico, sino tan sólo una invitación a la lectura. Puedes empezar a conocer a este personaje inolvidable con El largo adiós (The Big Sleep) o con Adiós, muñeca. En esta última conocerás a un pistolero cuya complexión envidiaría una apisonadora y cuya lírica envidio; refiriéndose a la mujer que ha ido a recuperar al cumplir su condena, dice: “Era pelirroja, y tan graciosa como unas braguitas de encaje”.

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