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Oldboy o el inicio de la ultraviolencia
Redacción Langosta comment 0 Comentarios

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Muchos recordarán mejor el manga (o historieta japonesa) de Garon Tsuchiya y Nobuaki Minegishi por el espectáculo fílmico que nos ofreciera el director Chan-Wook Park en 2003, a partir del cual Spike Lee hiciera un remake en 2013: una película de trama retorcida en la que un hombre –aparentemente común– se ve enfrascado de repente en una lucha por la supervivencia que le tomará varios años librar. Aislado de la sociedad y sin posibilidad de salir de su confinamiento, el protagonista buscará una sola cosa al ser liberado: venganza. Es ésa búsqueda de la que revela al protagonista las piezas del rompecabezas del castigo que le fue impuesto.

El ritmo rápido de una película de este tipo –un trepidante thriller psicológico que apenas da tiempo para un respiro– hace que varias cuestiones que son explotadas con más minuciosidad en el manga sean recortadas o repensadas para funcionar en el cine; claro ejemplo es encontrar en la película a alguien desesperado por cumplir su venganza, mientras que en el manga se nos exhibe a ese mismo personaje con un tono mucho más humano, incluso tímido, pues luego de pasar 10 años en confinamiento (aquí otra diferencia importante: en la película el encierro del protagonista dura 35 años) busca restablecer una vida normal: dar vuelta a la página. Es así como logra obtener empleo temporal en una constructora, y no es hasta que un vagabundo le entrega un celular y un fajo de billetes que él decide vengarse.

Debe ser complicado resignificar la imagen fija a imagen-movimiento. No sólo porque la ilustración impresa nos da un margen de análisis mucho más detallado de un determinado momento, sino por lo que implica a la hora de adaptar un libro a una película. Sin embargo, Chan-Wook Park hizo un trabajo estupendo con Oldboy; algo similar a lo que Takashi Miike lograra con su Ichi The killer o Kinji Fukasaku consiguiera en su versión de Battle Royale, todas historias que nacieron en dibujos o novelas y que se han convertido en películas de culto tanto en oriente como en occidente. Y es que, si un mérito tienen los orientales por sobre todas las culturas, es el de recrear y pensar en temas que, hasta cierto punto, siguen siendo tabú en otras sociedades, y llevar dichos temas a ser repensados en términos estéticos y artísticos.

Regresando a la obra de Tsuchiya y Minegishi, puedo escribir sin temor a equivocarme que no es sólo su obra más conocida, sino la mejor en más de un aspecto. Primero: cuando fue publicada (1996) todavía no existía la ola de ultraviolencia que hoy día azora el mundo; teníamos violencia, por supuesto, pero no la consumíamos en el estricto sentido de que nos provocara placer. Oldboy es, probablemente, una obra pionera en la fórmula de la violencia psicológica, ahora tan socorrida en cine y televisión. Segundo: si la película es buena, el manga es excelente. Salpicada de imágenes impactantes y buenos diálogos viñeta a viñeta, plantea una trama que llama al lector, y ofrece un puñado de personajes entrañables que se desenvuelven de manera natural en cada página. Último: las diferencias entre película e historieta manga son claras, y son varias, pero se debe analizar el contexto del nacimiento de ambas para entender cómo y por qué cambiaron ciertas cosas en la adaptación cinematográfica. Como sucede la mayoría del tiempo, el lector del manga no encontrará un copy-paste en el filme, y eso es de agradecerse, pues Oldboy no solamente es una buena lectura para aquel que se inicia en el mundo del manga o que solamente quiere un buen entretenimiento, sino una lectura necesaria para todos aquellos amantes de la violencia, así como para aquellos que –como yo–, pueden llegar a subestimar el poder de las imágenes fijas, esas que se quedan pegadas en la mente como una olvidada mancha de sangre en el suelo.

David Rubio Esquivel

Reseña del libro  Oldboy / Debolsillo, 2013

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