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Sobre E. M. Cioran por Fernando Savater
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Tarea intelectual incalificable la de Cioran: no se deja etiquetar a la primera y la división del trabajo no puede menos de resentirse. En realidad, ningún género se le ajusta convincentemente: a lo que más podría parecerse es a los manuales de meditación o a los libros de horas: libro de horas del horror; de la infinita finitud de las horas…

Pero sería demasiado tranquilizador, amparándose en el elegante clasicismo de un estilo, confinarle definitivamente en el campo de lo «puramente literario», en la acepción filistea que los profesionales de la filosofía y de la ciencia suelen dar a estas palabras, significado con ellas lo perteneciente en último término a lo venial y recreativo, lo alejado de la «dura realidad de la vida», ejercicio propio de quienes no alcanzan —esto no suele llegar a decirse— las severas glorias de la matemática, el laboratorio y el Sistema. Pongamos —¿solo por afán de provocar?— que lo que hace Cioran es verdadera filosofía, con tanto derecho a ser llamada tal como lo tenía la de Diógenes frente a la de Platón. La historia de la filosofía la han escrito los sistemáticos: urge una apología del sofista. ¿Y si la verdad está del lado de los que renunciaron expresamente a ella? El sistemático-científico insistirá en el carácter subjetivo del discurso fragmentario de Cioran: «Tú lo ves todo negro, aquel puede verlo todo color de rosa, con la misma razón. Solo el Sistema da cuenta de una y otra postura». Pero también el Sistema es una postura, de la que pueden dar cuenta Cioran o los sofistas. Al sistemático se le escapa el carácter de opción que tiene todo sistema, el punto de vista subjetivo que le da origen; el escéptico es muy consciente, en cambio, de este inicio azaroso. El Sistema acusará a Cioran de contradicciones, de incoherencia, de escribir cada fragmento como si no hubiera escrito nada más; pero la coherencia que él busca es otra que la de la sencilla solidaridad de las palabras domesticadas: azuzando unas palabras contra otras pretende más bien la plena liberación de las fuerzas que las palabas ocultan o postergan. No se trata de edificar un castillo conceptual en el que refugiar nuestros sueños, las esperanzas sin las que no queremos perdurar: por demasiado tiempo esta ha sido considerada la misión de la filosofía, pero «el pensamiento es destrucción en su esencia. Más exactamente, en su principio. Se piensa, se comienza a pensar, para romper las ligaduras, disolver las afinidades, comprometer la armazón de “lo real”. Solo después, cuando el trabajo de zapa está muy avanzado, el pensamiento se domina y se insurge contra su movimiento natural» (Cioran).

Fernando Savater, fragmento del prólogo a Breviario de podredumbre de E. M. Cioran, editorial Taurus, 2015.