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Transformar la vida cotidiana en literatura
Jaqueline Tavera Martínez comment 0 Comentarios

«Si escribir novelas, y leerlas, tiene algún

valor de redención social, es porque te

obliga a imaginar qué significa ser otra

persona».

Cuando era una niña, Margaret Atwood pasaba largas temporadas al año en una cabaña cercana a los bosques en Quebec. Allí, la pequeña que después se convertiría en una de las escritoras más influyentes de Canadá, leía vorazmente. De aquellos años, fueron dos autores los que le causaron una profunda impresión: Ray Bardbury y George Orwell. “Crecí en la época dorada de la ciencia ficción”, dijo la autora en una entrevista para The Telegraph.

Precisamente sobre 1984, Atwood contó en The Guardian que lo leyó una y otra vez, quizá porque sentía que Winston Smith era como ella. En una charla que sostuvo con el también autor Neil Gaiman, Atwood dijo que al leer la obra de Orwell y otras distopías se percató de que la mayoría eran contadas desde lo masculino. Atwood quería algo distinto: contarlo desde el punto de vista femenino; de acuerdo con el mundo de Julia, por ejemplo. Así fue como nació su literatura.

Los libros de Atwood parecen divididos en dos grandes géneros: ciencia ficción, donde hace una constante denuncia sobre la injusticia y el maltrato a la ecología, y la vida cotidiana. Comparada a menudo con Alice Munro, Atwood narra a través de personajes de a pie historias cotidianas donde el matrimonio, la maternidad, la amistad, la pareja, la relación con los padres y la infidelidad son el centro de sus cuentos y novelas.

Aquí no hay distopías, no hay dragones ni asesinos en serie, sólo, y nada menos que, la vida. Al sumergirse en su literatura pareciera que no pasa nada y pasa todo, porque en ella transcurre la existencia de muchos de sus personajes.

Galardonada con el Premio Príncipe de Asturias 2008, Atwood es además una constante candidata al Premio Nobel de Literatura. Entre sus obras publicadas en México se encuentran las colecciones de cuentos Un día es un día (donde hace un recorrido por distintas etapas de la vida), Chicas bailarinas, el ensayo La maldición de Eva y recientemente la novela Nada se acaba.

La autora ha optado por contar sus historias a través de los ojos femeninos en la mayoría de estas obras donde, como ella afirmó en una entrevista, los causantes del conflicto narrativo son los hombres. Sin embargo, conforme se profundiza en su obra es evidente que no es del todo así. En Un día es un día, por ejemplo, son varias las protagonistas que causan un conflicto en ellas mismas; ellas son las responsables de sus propias decisiones y de la situación que viven.

Ése es otro gran acierto en la literatura de la canadiense: no presenta arquetipos femeninos, no habla de la mujer exitosa a la que todo le sale bien ni de la tonta a la que todo le va mal; Atwood presenta personajes femeninos que pueden errar y que se enfrentan, como todo ser humano, a las consecuencias de sus propios errores.

Atwood llama “literatura doméstica” al tipo de historias donde cuenta las vidas de “personas comunes”. Llama así a esta literatura porque sucede dentro de las casas, una herencia directa de las novelas de Jane Austen donde los conflictos surgían dentro de los protagonistas y se desarrollaban en sus hogares; curiosamente, la autora cree que el resto de la literatura, donde el conflicto viene del exterior, surge a partir del Frankenstein de Mary Shelley, la madre de la ciencia ficción, el otro gran género que ha desarrollado Atwood.

Como su compatriota Alice Munro, Atwood ha demostrado que puede hacerse literatura de la vida diaria y hablar en ella de situaciones que se viven no sólo en Canadá, sino en el resto del mundo. Hay temas universales que se leen constantemente en sus libros, como el de las relaciones de pareja, donde está presente el enamoramiento inicial y, de forma más evidente, el momento del desamor.

Leer a Atwood es asomarse a la cultura canadiense y a parte de la construcción femenina; es visitar los pequeños pueblos de Canadá y también observar cómo la literatura puede cambiar nuestra vida. Leer a Margaret Atwood es leerse a uno mismo.

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