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Un gato zombi y el mundo cuántico
Amilcar Amaya Lopez comment Un comentario

Dicen las malas lenguas que este intercambio de opiniones sí se dio entre estos conocidos científicos:

Albert Einstein: Dios no juega a los dados.

Niels Bohr: Deja de decirle a Dios lo que puede hacer con sus dados.

Si hay algo cierto, es que el mundo cuántico está lleno de probabilidades curiosas.

Cuando estudiaba la carrera de biología tuve la fortuna de convivir con estudiantes de otras carreras como física y matemáticas. Nos hicimos grandes amigos porque nos unía el gusto por cosas “frikis” como juegos de mesa, de rol, las películas de fantasía y la ciencia ficción.

Cada tanto —para qué les miento, era cada viernes— organizábamos una quedada en casa de un amigo, y mientras unos jugaban videojuegos otros jugaban rol. Más allá (era una casa pequeña, así que el más allá no estaba muy allá) moraban los que, parados frente a un pizarrón blanco, discutían alguna ecuación o resolvían problemas. Era muy curioso pues estos intercambios surgían de preguntas como “en el mundo de Harry Potter, donde puedes aparecer cosas de la nada, ¿cómo sostienes la economía?” “¿Cómo funciona la red flu?” “¿Cuáles serían las limitantes mecánicas a un robot de noventa metros de alto como los de Pacific Rim?”



Cuando leo Cómo explicar física cuántica con un gato zombi, me imagino a los integrantes de Big Van, los científicos y divulgadores responsables de la edición del libro, en una reunión parecida, sólo que permanente. Los autores son un cúmulo formado por científicos de ramas tan diversas como biología, matemáticas, física, química, geofísica y muchas más. 

En épocas más o menos recientes, el término “cuántico” se ha prestado a malos entendidos, unos más voluntarios que otros. Probablemente en casa, durante nuestros viajes en el subterráneo o en camión, o en la escuela, cuando deberíamos estar poniendo atención en clase, hayamos leído alguna nota sobre avances en la medicina cuántica, o meditación cuántica, qué se yo. En resumen, son formas pseudocientíficas (que no han pasado por ningún proceso de validación realizado por expertos) de interpretar un campo de trabajo científico muy serio: la física cuántica.

Cuando hablamos de física cuántica no estamos al nivel de las cosas que podemos ver y tocar, como las aves, una caja de cartón o un gato zombi, sino de partículas miles o millones de veces más pequeñas que los átomos de los cuales forman parte. Por ello, es muy fácil pensar que una especie de magia actúa en ese micromundo que es la física cuántica, en donde no aplica la escala de la física clásica o newtoniana.

Sí, así de pequeño es el mundo cuántico.



¿Cómo llegamos al gato zombi de la portada? Allá vamos, a paso de onda-partícula, que es precisamente uno de los primeros conceptos que la Big Van nos ayuda a comprender, repasando qué son los átomos, los neutrones, los protones y los electrones. El mejor ejemplo que existe para hablar de la indecisión cuántica, justo la dualidad onda-partícula, es el de la luz. Casi en automático asumimos que la luz viaja a través del espacio en forma de pelotitas (fotones) y que al rebotar en los objetos nos dejan percibir el entorno. Pero, ¿y si les dijera que la luz se desplaza como onda y también como partícula? ¡Lo que observamos depende de cómo realicemos el experimento!

Lo fantástico del mundo cuántico no termina ahí. Si los fotones pueden ser ondas y partículas a la vez, significa que presentan una superposición cuántica, o la capacidad de presentar varias propiedades en apariencia contradictorias, ¡al mismo tiempo!

La cosa es, cuando un físico de partículas se pone a medir lo que sea que quiera medir, adiciona al sistema elementos que no están con anterioridad, ya sea un campo magnético, energía en forma de luz, o lo que sea, y esa intervención modifica el comportamiento de su partícula, haciendo que, de tener múltiples estados cuánticos, muestre sólo uno. Esta pérdida de superposición se denomina “colapso cuántico”. En esta rama de la física todo suena a ciencia ficción.

Este es uno de los puntos más conflictivos entre la física y la metafísica pues no ha faltado quien diga que “la voluntad del observador” modifica el comportamiento de la partícula, y que la forma de pensar de cada individuo tiene el poder de lograr que “el universo conspire a su favor”. Debemos partir del hecho de que al universo le da igual lo que pensemos de él en él. Sabemos que hay un cierto grado de incertidumbre en la obtención de datos provenientes del mundo cuántico, lo llamamos “Principio de Incertidumbre de Heisenberg”, otra de las notables aportaciones que nos muestran en este libro.

Podríamos hacer un repaso más largo de los contenidos, pero eso lo hacen mejor los científicos del Big Van al usar a un gato que presenta dualidad onda-partícula, superposición cuántica, colapso cuántico y que, además, es zombi, pues sirve como analogía de uno de los experimentos mentales más famosos en la historia de la física: el gato de Shrödinger. Seguro han oído hablar del pobre gato encerrado en una caja, con una toxina que puede o no haber sido liberada. Mientras no abras la caja el gato está vivo y muerto al mismo tiempo. Un gato zombi.



Como asiduo lector (y ocasional creador) de divulgación científica, veo en Cómo explicar física cuántica con un gato zombi una herramienta muy útil para, como reza el subtítulo de la portada, explicar de forma sencilla la ciencia más loca. Sobresale el cuidado de los autores por no caer en la excesiva simplificación del tema, que es uno de los errores que suele cometer la divulgación moderna. Si el contenido como tal es entretenido o no, dependerá de cada lector, a mí me lo pareció. También fue enriquecedor pues, aun cuando tengo formación científica, en los exámenes de anatomía animal nunca me preguntaron mi postura sobre las ondas o partículas, mucho menos sobre la teleportación por efecto túnel.

P.D. Lo del gato de Shrödinger es un experimento mental ¡NO LO INTENTEN EN CASA!

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