Así comienza: "Raíz que no desaparece" de Alma Delia Murillo

Redacción Langosta

15 July 2025

Adiós a la palmera desgarbada

-Aquí van a sembrar un ahuehuete, pero se va a morir. Y luego nos vamos a morir todos, igual que el árbol. Yo no sé por qué me metí en el infierno de documentar el delirio de este país.

Tal vez porque yo misma estoy un poco loca, o tal vez porque cuando el dolor duele tanto solo podemos refugiarnos en la locura. Pero cuando la señora Ada me dijo esa profecía ante la extinta palmera de la glorieta de Reforma, y luego se cumplió frente a los ojos de millones de personas, me convencí de que valía la pena arriesgar el prestigio, la cordura, la seguridad y casi todas mis relaciones para contar esta historia. Pero, sobre todo, para que a quienes voy a nombrar aquí nunca sean olvidados.

Todo empezó con una crónica nunca escrita sobre la icónica palmera del centro de la ciudad, esa giganta que la poeta Navagómez describe como «pajarraco de alas imperfectas», y que había sido condenada a desaparecer luego de cien años. Un día el gobierno anunció que la cercenarían. La palmera había sucumbido ante un hongo asesino y nos despediríamos de ella. Para mí, que soy habitante de la Ciudad de México y yonqui del amor tóxico que genera, imaginar aquello casi tenía el potencial de provocarme un ataque de pánico.

No importaba si había sido testiga de amores entre tranvías y bicicletas, si había respirado nuestras convulsiones sociales y había visto derrumbarse hoteles, hospitales y cientos de viviendas sacudidas desde el mismo pavimento que a ella la sostenía entre terremotos legendarios; no importaba si aparecía en las fotos generacionales de incontables familias o en el paisaje de millones de personas que circulamos a sus pies día y noche en esta ciudad humeante y volcánica. No importaba nada, había que cortarla.  

Desde que lo anunciaron me dolió el pecho como si lo partieran en rebanadas, me asaltó la angustia infantil de cómo iban a hacer para que no sufriera, ¿anestesiarían a la giganta?, ¿alguien imaginaba todas las vidas que iban a exterminar? ¿los gusanos desovados, los insectos refugiados, los pájaros acunados, la memoria resistida, las raíces mutiladas.

Yo quería escribir sobre ella o, para ser precisa, escribirle a ella, a esa desgarbada madriguera tropical, una memoria y una despedida.

Me puse a buscar imágenes históricas de la palmera y toda la información posible sobre el universo vegetal y los árboles que pueblan este país…, y así sucedió, el algoritmo es un corral mental, lo sé, pero yo no daba crédito a lo que había encontrado. Ahora pienso que el algoritmo es también acaso principalmente, una red de locura. De locuras afines a encontrarse.

O tal vez se trate de una lucidez hiriente a la que convoca la asociación de palabras, como quien se entera de sus demonios en el diván del terapeuta detonado por el recuerdo de una canción de la infancia. Porque decir México es decir un país de desaparecidos, y antes o después esas palabras clave para puntuar nuestra identidad refulgen en cualquier indignación y en cualquier página web.

A dos horas de Ciudad de México, en un municipio de apenas 280 mil habitantes, un colectivo de mujeres buscando a sus hijos desaparecidos se empeñaba en entregar una prueba pericial inaudita a la Fiscalía General del estado para avanzar en las investigaciones: querían integrar a los expedientes los sueños que ellas tenían noche a noche y donde sus hijos e hijas les daban señales precisas para encontrarles.

¿Te quedaste con ganas de seguir leyendo?

Encuentra más aquí


Compra