Un fin que no se puede nombrar

Frida Juárez

01 August 2025

La ciencia ficción siempre me ha parecido un género capaz de llevarnos al límite, pues nos permite imaginar lo que viene después de una crisis, explorar lo humano en medio de escenarios extremos y crear mundos donde la supervivencia se vuelve el centro de todo. Con esta inquietud comencé a leer Todos los fines del mundo (Literatura Random House, 2025), la novela más reciente de Andrea Chapela.  

 

Debo confesar que mi acercamiento inicial estuvo marcado por la idea de que se trataba de una historia sobre el fin del mundo y esperaba encontrar entre sus páginas caos, catástrofes y ruinas. Pero desde el inicio, la autora desarma esa expectativa al construir un universo donde el colapso no ocurre en las calles, sino en los vínculos. Sus personajes no luchan por sobrevivir al desastre, sino por descifrar lo que sienten y lo que callan.  

  

Angélica, la protagonista, es una joven mexicana que, intentando escapar del plan de vida que su padre trazó para ella, se muda a Madrid —una ciudad que se encuentra sofocada por el cambio climático y temperaturas extremas que anuncian la inminencia del fin —. Así, en medio de racionamientos eléctricos y medidas de aislamiento, Angélica teje una relación ambigua con Susana y Manu, sus vecinos con quienes comparte una intimidad que sobrepasa cualquier etiqueta convencional y que la lleva a cuestionarse cuáles son los límites que existen entre el amor y la amistad, así como a reflexionar sobre todo lo que envuelve a las relaciones humanas; hasta que por cuestiones migratorias se ve obligada a regresar a México y a enfrentar el colapso del mundo —y de sus vínculos— dentro de una nueva comunidad. 

 

 

Esta pretensión de sentir más, hablar más, querer más, querer de verdad, nos lleva a no quedarnos con la primera persona que pase por delante, ni con la última. Tal vez a buscar otros modelos. Encontrarse un tiempo, arrejuntarse, separarse. Tener amigos. Crear otras comunidades”.  

 

La novela, completamente introspectiva, está estructurada en tres partes que capturan la confusión emocional de la protagonista y nos presentan un universo narrativo donde no hay certezas, sino exploraciones que se desenvuelven entre lo íntimo y lo incierto. Así la pregunta que atraviesa el relato —“¿Con quién pasarías el fin del mundo?”— se convierte en una vía de la misma autora para explorar las formas de sostener un vínculo cuando las estructuras se desmoronan. Pero Todos los fines del mundo no es sólo una novela sobre el amor y la amistad, también es una reflexión sobre el lenguaje y sobre la escritura como forma de memoria. “Quiero escribir para recordar y no para olvidar”, dice Angélica sobre su ejercicio de escritura, revelando que, incluso en medio de una emergencia ecológica global, lo más urgente es no perderse a una misma y buscar espacios seguros —aun dentro de los recuerdos— para vencer al cansancio de la misma supervivencia.  

 

Sin duda, Chapela consiguió una obra que entrelaza lo personal con lo ecológico y lo humano con lo distópico, pero que más allá de narrar el fin del mundo, considero nos invita a pensar en otros finales: el de una relación, el de una comunidad, el de una forma de estar con los otros, porque quizás el fin del mundo se siente, se recuerda y se escribe. 

 

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